Si le preguntamos a cualquier persona de a pie dónde compraría un coco, lo más probable es que responda que en una frutería, pero ¿y si te digo que también puedes comprarlo en una entidad financiera? Lógicamente, no me refiero al fruto del cocotero, sino a un producto financiero en el que se puede invertir. Eso sí, ambos podrían estar en la categoría de productos exóticos. Pero vayamos al grano: ¿qué es un coco? Esta misma pregunta le hicimos a nuestros usuarios el pasado 1 de octubre para celebrar el Día de la Educación Financiera y no todos lo tenían claro. Un 74% de los usuarios acertaron, mientras que el 26% restante dieron una respuesta errónea como, por ejemplo, que se trataba de un tipo de deuda emitida por empresas cuya sede fiscal está en el Caribe.

¿Qué es un coco?

Por muy sugerente que sea su nombre, el coco tiene poco de caribeño. Los bonos convertibles contingentes son un instrumento financiero complejo que, según explica Bankia en su blog, «permite a la banca cumplir con sus objetivos de solvencia y garantizar así la fortaleza del sistema financiera«.

Grosso modo, los cocos son un producto de inversión híbrido entre deuda y capital. Pagan una rentabilidad al cliente, de ahí que se les llame bonos, pero llegado un momento determinado pueden transformarse en capital de la empresa. Las circunstancias o contingencias que determinan la transformación de los bonos en capital, normalmente en acciones, se detallan en el folleto de la emisión.

La Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) señala que «hasta la fecha de conversión, el tenedor recibe los intereses mediante el cobro de los cupones periódicos» y añade que «el número de acciones que se entregarán por cada bono u obligación, la forma de determinar los precios, así como las fechas de canje o conversión, se especifican en el folleto de emisión».

La convertibilidad de la deuda en capital no está en manos de los inversores, sino de los emisores de los cocos que ejecutan la conversión forzosamente. Por lo general, la conversión se produce cuando el nivel de capital (ratio CET1 o common equity tier 1) de la entidad baja por debajo de un nivel preestablecido. En ese momento, la deuda se reduce y aumenta el nivel de capital de la compañía, por lo que aumenta la solidez de la entidad.

A lo anterior hay que sumar una característica extra, que hace que los bonos convertibles contigentes no sean un producto enfocado al pequeño ahorrador: son a perpetuidad, es decir, no tienen un vencimiento concreto.

Los bonos convertibles contingentes, abajo en el orden de prelación

Si un banco quiebra, existe un orden de prelación que determina quién cobra antes. Los depósitos, por ejemplo, se encuentran en el primer puesto. Por su parte, los cocos se sitúan en el penúltimo puesto, solo por encima de las acciones. Pero incluso esta condición puede empeorar. Si los cocos se convierten forzosamente en acciones, «el inversor verá devaluado el rango de crédito en un eventual concurso de acreedores pues, mientras los bonos o participaciones preferentes se sitúan en el orden de prelación por delante de los accionistas ordinarios, una vez convertido en accionista perderá tal prelación», aclara el Centro de Estudios de Consumo en su informe ¿Quién teme a los CoCos?

¿Por qué no son recomendables para el pequeño inversor?

Para empezar, por su complejidad. Por suculenta que pueda parecer la rentabilidad del cupón de los bonos contingentes convertibles, son productos cuyos efectos son difíciles de prever y cuya complejidad no los hace aptos para el ahorrador de a pie. Estos son algunos de los riesgos que tienen:

  • Son a perpetuidad.
  • En caso de quiebra, se sitúan en la cola en el orden de prelación.
  • La conversión es forzosa y, además, se produce en un momento en el que la entidad necesita capital, por lo que no pasa por su mejor momento.
  • El cliente recibe un cupón mientras el coco es deuda, pero, según BBVA, «el pago del cupón de este tipo de emisiones puede ser cancelado a instancia del emisor (sin que sea acumulable)».
  • La conversión puede ser ruinosa si, en el momento de la transformación de los bonos por acciones, el precio de la acción está por debajo del precio al que se pactó la conversión en el momento de la compra del coco.

Un ejemplo relacionado con este último punto. Imaginemos que firmamos un coco que fija la siguiente conversión: una acción igual a un euro. Si en el momento de la conversión el precio real de la acción es de una igual a 50 céntimos, nos estarán colocando acciones por el doble del precio de mercado. Es decir, que con una inversión de 1.000 euros recibiremos 1.000 acciones, mientras que si acudiésemos al mercado podríamos comprar 2.000. El problema llegará cuando queramos vender esas acciones, por las que nos pagarán 0,5 euros, no un euro por cada una.